domingo, 24 de enero de 2010

LA ULTIMA VEZ (segunda parte)

Fue así como nació aquella relación pasional, en la que ambos estaban unidos por la nostalgia de buenas épocas juntos, el sentirse aún jóvenes, desperdiciados y con ganas de salir de la rutina. Ella lo veía con la mayor frecuencia posible en su departamento, casi siempre por las tardes, cuando ambos terminaban el trabajo, se dedicaban a hacer el amor, al principio salvajemente, luego fueron explorando las posibilidades del erotismo, de la navegación mutua, conociendo sus cuerpos. Mercedes decía que ya no era la misma jovencita de antes, Juan Miguel respondía que ahora era una mujer exquisita, intensa, deseable. Siempre decía que le encantaba su perfume, su ropa sencilla y con olor a limpio, el hecho de que ella no poseía trucos de vampireza sino que solo se dejaba querer y correspondía con las mismas ganas. Y un buen día, encontrándose en la misma cama, empezaron a hablar de amor, tenían más de seis meses así y nunca habían pronunciado la palabra, hasta entonces se habían aplicado múltiples adjetivos en su relación, deseo, calentura, pasión, cachondez, pero nunca se habían imaginado en términos de amor, como ahora lo decían.
Empezó entonces aquella tortura, porque en su mente, Mercedes nunca había pensado que podría enamorarse de otra persona, porque Juan Antonio su marido era un buen hombre, un buen proveedor, buen padre, buen hijo, un buenazo, pero simplemente estaba apagada su vida marital. Entonces recordaba a su tía Agustina, que murió virgen, que decía que todas las mujeres que se dejaban llevar por las bajas pasiones terminaban mal, que lo importante de la vida no era el sexo, que solo las mujeres pérfidas lo disfrutaban, porque Dios así lo había señalado.
Mercedes se sentía culpable, Juan Miguel era un amante delicioso, que por las tardes la provocaba, la torturaba, la hacía desfallecer en sus brazos, pero que fuera de su cama, no podía soportar la idea de que pasaría si su marido se enteraba, aunque ella sentía que no le importaba, ningún hombre estaría dispuesto a tolerar una relación así, eran ya doce años de matrimonio, una familia sólida, por las noches no dormía pensando en todo lo que perdería si su marido se enteraba. Procuraba espaciar los encuentros, pero cuando la tortura la apremiaba era ella quien llamaba a Juan Miguel para pedirle verse. Él siempre estuvo dispuesto y ella empezó a intuir que él se hacía ya ilusiones de algo con ella, cuando empezó a preguntarle si estaría dispuesta a estar con él; ella siempre respondía con evasivas, porque no había pensado en la posibilidad y él redoblaba el ataque, asegurando que obvio que luego de que ella se divorciara y que por supuesto sus hijos eran parte de la ecuación, pero no podía soportar la idea de que ella estuviera cada noche con otra persona, aunque Mercedes le aseguraba que su marido prácticamente no la tocaba, Juan Miguel decía que de igual manera lo torturaban los celos. Entonces ella optaba por abandonar el departamento y dejar inconclusa aquella conversación. Esos dilemas morales la estaban matando y no podía tomar una decisión.
Un día su hijo menor llegó a casa, orgulloso de su composición para una clase de tercer grado, tenía nueve años y había escrito el ensayo "Porqué mi familia es perfecta", el cual había sido muy elogiado por su maestra, quien le había calificado con diez, el cual llegó a mostrarlo a Mercedes y lo leyó integramente. Aquello fué como un golpe en el pecho, entonces entendió al pie de que abismo se encontraba, no podía darse el lujo de tirar toda su familia por la borda, aunque Juan Miguel afirmaba que sus hijos serían parte de su vida, hacerlos pasar por un proceso de separación y divorcio de su marido era una herida que no estaba dispuesta a ocasionarles. Aunque Juan Miguel tenía un magnetismo delicioso y aplastante, estaba decidida a terminar con él y decidió que el siguiente jueves sería la última vez que se verían. En esas condiciones el amor era un lujo que ella ya no podría permitirse, bajo la culpa de hacer pedazos su familia y la estabilidad de sus hijos.
Aquella tarde luego de perfumarse, se puso aquella ropa interior de camisola de seda, sencilla y un bikini de encaje, todo en colores claros, lo cual Juan Miguel encontraba terriblemente seductor, además de un vestido en color beige, cruzado sobre la cintura y sus zapatos en el mismo color. No necesitaba más. Dejó su cabello suelto, tomó las llaves de su auto y antes de salir suspiró profundamente, no era fácil dejar esas tardes de pasión, ese cuerpo que tanto le gustaba y que ahora se le había vuelto una necesidad, pero encaró su decisión y se dirigió al encuentro de Juan Miguel, si algo tenía Mercedes Romero en la vida era firmeza de carácter. Renunciaría a aquella relación prohibida que le daba amor, placer, sexo, pero que la estaba matando y que la estaba haciendo poner en peligro todo lo que amaba.
Cuando llegó al departamento, vio que Juan Miguel había comprado su vino favorito, la esperaba con dos copas sobre la barra de la cocina y estaba preparando una ensalada para acompañar la pizza que en unos minutos más llegaría, comerían algo y harían el amor y luego hablarían de la separación que era inevitable.
Ella sabía el motivo de su presencia ahí, Juan Miguel no lo sabía, la besó tan intensamente como aquella primera tarde, ella no pudo dejar de saborear esa boca, era buenísimo besando. Conversaron y él estaba de un excelente humor, siempre estaba de buenas, decía que porque ella lo hacía sentirse así. Luego de comer pasaron a la sala, para dar cuenta de los restos de la botella de vino. Pero las copas quedaron a medio consumir, porque se entregaron a la pasión, de una manera intensa, él porque solo así sabía hacerlo, ella porque sabía que sería la última vez que estaría en esos brazos que tan feliz la habían hecho, que probaria esa boca, mordería ese cuello, sentiría ese sexo en su interior. La exquisita sensacion de su lengua tibia recorriendola integramente la hacia estremecer ¡que difícil sería dejar eso atrás!. Hicieron el amor de una manera deliciosa, para terminar desnudos sobre la cama, enredados en las sábanas, temblando y sudando por esos orgasmos fabulosos.
Ella dejó que el silencio se construyera, hasta que no fue posible seguir callada, entonces se lo dijo, se iba, al principio él pensó que se refería a que iba a su casa y que luego volverían a verse, pero no, Mercedes explicó que sería la última vez que se vieran, su relación había durado ya el tiempo suficiente como para darse cuenta que en realidad quería estar con su marido, que el jugar al amor a esas alturas de la vida no era razonable, que no tenían derecho a arruinar las vidas de sus hijos por una calentura, fue rotunda, precisa, sin dar tiempo a que Juan Miguel reaccionara, con la precisión de un cirujano extirpaba de su vida esa parte que le había ido creciendo, que ahora le parecía dolorosa de arrancar pero que entendió era necesario. Mientras se vestía, Juan Miguel intentó hacerla desistir, le habló de sus sentimientos, le dijo que era la mujer que quería para si, que podían intentarlo; pero ella le habló de sus hijos en casa, de su marido, que aunque era un hombre de poca pasión, la quería, de como el serle infiel la estaba matando por la culpa y su último argumento dejó a Juan Miguel sin réplica, si la amaba debería dejarla ir, en definitiva, no buscarla, no seguirla, no llamarla, porque no dejaría su familia por nada.
Entonces él dejó de insistir, la acompañó hasta la puerta, la abrazó y le dijo que si alguna vez cambiaba de opinión...ella cerró con un dedo su boca y con ello le dio a entender que tal cosa no pasaría.
Así pasaron seis meses, ella estaba sanando de la herida, anestesiada, siguiendo su anterior rutina, poco a poco se iba olvidando de ese amante que tan feliz la había hecho, supo que él había pedido su cambio de ciudad y en la transnacional para la que trabajaba lo enviaron a otro lado, aunque no sabía a donde. Su marido jamás dio a entender que sabía que algo pasaba y todo aparentemente había ocurrido sin menores daños.
Entonces un día, al volver del supermercado, Mercedes encontró en la reja de su casa una mujer, diría que casi de su misma edad, parecida bastante a ella, con un niño de la mano. Al estacionarse ella se acercó y le preguntó si su nombre era Mercedes, ella, asintió, entonces vio al pequeño, no debía tener más de cinco años, pero tenía un aire familiar, se dio cuenta entonces que era idéntico a su hijo menor y mientras aquella mujer se presentó, diciéndo que era amante de su marido, que tenían más de seis años de estar juntos y que él le había dicho muchas veces que su mujer nunca le había querido dar el divorcio, por eso ahora se presentaba, para exigir que dejara libre a su hombre y dejarlos ser felices...
Mercedes no escuchó más, sentía dos lágrimas que corrieron por su mejilla, porque solo podía pensar en que la culpa la hizo dejar el amor y odio a su marido, con la misma intensidad con la que alguna vez lo quiso y solo pudo exclamar: ¡carajo!

LA ULTIMA VEZ (primera parte)

Aquella tarde Mercedes Romero decidió que sería la última vez que lo vería, se preparó con todo cuidado, tomo un baño de esencia de rosas y almendra, al salir se puso el perfume que sabía lo enloquecía, un poco en el lóbulo posterior de la oreja, un poco sobre sus senos, una cantidad minima en el pliegue de sus brazos y detrás de sus rodillas, mientras lo hacía pensaba en el hombre que era el objeto de aquellos preparativos, su amante desde hacía casi un año, aunque por cuestiones de agenda y por trabajo, solo lo veía una vez o dos al mes, sin embargo, eran buenas salidas, donde ambos se dedicaban a actividades completamente decadentes, como tomar vino y comer frutas en almíbar. Mercedes Romero sabía que esa era una pasión deliciosa, la había encontrado justo cuando su matrimonio naufragaba en una rutina desesperante, su marido parecía no ponerle atención, su tiempo en casa se limitaba a estar frente al televisor, viendo deportes, mientras ella trataba desesperadamente de captar su atención, en principio tratando de conversar, luego usando sus armas de seducción femenina y después en franco reclamo, sin embargo nada podía hacer para evitar que la mayor parte de las noches su marido terminara dándole un beso en la frente y volteándole la espalda para caer en un rápido sueño, tan profundo, que Mercedes llegó a preguntarse si lo que tomaba todas las noches antes de dormir no era una cerveza, sino algún potente anestésico.
En ese naufragio y desperdicio de su vida la había encontrado Juan Miguel, un antiguo romance de preparatoria, habían sido "noviecitos de manita" durante casi un año y terminaron por uno de aquellas estúpidas peleas adolescentes, lo reencontró un día, mientras hacía fila en un banco, ambos con varios kilos más y muchas mas experiencias, pero se reconocieron al instante, ella no olvidaba esos ojos risueños que ahora tenían algunos pequeños pliegues, no en vano habían pasado más de veinte años, quizá un poco más moreno de como era, tenia algunas discretas canas en las sienes, pero era Juan Miguel, su primer novio, ni más ni menos. Él se acercó y la llamó por su nombre, ella sonrió y asintió, se trataba de ella, quizá otro color de cabello, más senos y menos pecas que cuando fueron novios, pero era ella. Juan Miguel le dio un abrazo y le dijo que estaba muy contento de verla, que frecuentemente se había preguntado que había sido de ella en esos años y ella contestó que se había casado y tenía tres hijos; el a su vez le informó que también se había casado, no tuvieron hijos, pero ahora tenía cerca de dos años divorciados, porque su esposa había decidido irse a salvar el Amazonas, encadenandose a gigantes acacias, para evitar su tala. Mercedes recordó que Juan Miguel era muy exagerado y rió de buena gana, intuyendo que esa historia solo era cierta parcialmente, luego de darse sus respectivos números telefónicos, acordaron que se reunirían para comer o un cafe y conversar sobre todo lo que había pasado en los veinte años en que no se habían visto.
Tres días después ella recibió la llamada telefónica, en realidad no esperaba que Juan Miguel llamara, ella había comentado con su marido ese encuentro y este ni siquiera apartó la mirada del televisor para decirle: ¡Que bueno mi vida!, evidentemente no le preocupaba que su mujer se encontrara con un antiguo novio, porque dudaba mucho que el encuentro volviera a repetirse.
Juan Miguel le propuso aquel lunes verse el martes por la tarde para comer, lo cual a Mercedes le pareció bien, ¡tenía tanto sin distracciones!, casa, trabajo, hijos, de manera reiterada y solo de cuando en cuando una escapada a comer con su hermana. Aceptó aquella cita, después de todo, Juan Miguel siempre fue un chico bien educado y no tenía porque cambiar, además no estaban haciendo nada indebido, estarían en un sitio público, a la vista de todo mundo y solo conversarían sobre los años transcurridos desde que dejaron de ser noviecitos de prepa. En principio pensó comentarle a su marido la llamada y lo que haría, pero por la mañana, cuando pensaba avisarle lo que haría en su día, como se lo comunican a diario todos los matrimonios, tuvo una inspiración extraña que le aconsejó no decir la verdad y solo le dijo a su marido que iría a comer con su hermana y que volvería avanzada la tarde, este solo le dio un beso en la mejilla y luego de decir que estaba bien, abandonó la casa.
Esa tarde ella se arregló de manera sencilla y discreta, un vestido floral abajo de la rodilla, unas zapatillas lisas y clásicas y su cabello discretamente recogido sobre la nuca, un toque de maquillaje y labial, como correspondía a una madre de familia seria y estable. Se citaron en un restaurant muy conocido, donde lo mismo acudían familias que parejas, con un ambiente que no daba lugar a pensar que se trataba de una cita romántica, sino que, hubieran podido ser un matrimonio común o incluso dos personas en una reunión de negocios; al verlo, Mercedes ya no estaba tan segura de que estaba haciendo ahí, Juan Miguel se puso de pie cuando advirtió su presencia en el lugar, y pudo observar que llevaba un blazer de pana café, con unos pantalones de vestir caquis y unos mocasines café; una camisa en tono beige, para una vestimenta bastante neutra y que le daban un aire de relajamiento y a la vez de elegancia, cuando ella se acercó, el la saludó con un beso en la mejilla, bastante convencional, pero que a Mercedes le hizo sentir un ligero estremecimiento.
Luego se sentaron, pidieron de comer, el hablaba de muy buen humor, contaban historias de la preparatoria, de sus amigos comunes, recuerdas a ¿Pancho Arcudia? había preguntado él y ella respondió: - claro, era aquel loco que acostumbraba hacernos reir, recuerdas como podía sacar soda por su nariz y la vez que lo sorprendió el prefecto y lo escupió sin querer con la coca-cola en la camisa blanca, había olvidado ese incidente - y cerró su respuesta con una sonora carcajada que hizo que algunos voltearan a la mesa, entonces Juan Miguel dijo: - ya no está en este mundo - y Mercedes dejó de reir y se quedó seria viendolo, - oh que terrible, que le pasó - preguntó y Juan Miguel le dijo que se había ido a Europa como mochilero y que ya llevaba como tres vueltas al continente y había aprendido varios idiomas en el inter, pero que al parecer la pasaba muy bien, entendiendo la broma, Mercedes retomó su carcajada, y solo se detuvo cuando Juan MIguel la vio a los ojos y le dijo: - había olvidado lo irresistible que es tu risa - y ella no pudo evitar que un ligero sonrojo la atacara. Así estuvieron recordando cosas, como aquella vez que ella reprobó varias materias y para no decirle a su mamá ante la exigencia de los directivos de que la boleta de los alumnos reprobados debería ser recogida por su padre o su madre y si no lo hacía alguno de ellos la suspenderían de clases; recordaron como Mercedes fue al salón de belleza que estaba enfrente de la preparatoria, sacó una clienta de ahí con los rulos puestos y la llevó a la dirección de la escuela para que pidiera la boleta, diciendo ser su madre, lo cual nadie cuestionó, pero cuando le preguntaron como se llamaba la alumna ella se quedó en blanco y no supo que contestar, sin embargo, Mercedes respondió dando su nombre rápidamente y la mujer lo repitió aliviada, habiéndole entregado la empleada la boleta. Esa había sido su salvación. Rieron tanto y tan de buena gana, que no pudieron evitar sentirse algo nostálgicos, por las cosas que hacía tanto habían ocurrido y no pudieron evitar pensar que en esos años eran muy felices y lo peor de todo es que entonces no lo sabían, porque aún la vida no se había interpuesto entre ellos. Para cuando pidieron la cuenta habían consumido además de dos cortes de carne, dos botellas de vino, que aunque no los habían embriagado, si eran bastantes como para que Mercedes se sintiera algo entonada, salieron juntos del restaurant y él la llevo a su auto, estaba ocultándose el sol y al despedirse, se dieron un abrazo que no hizo mas que precipitar las cosas al abismo, él la besó primero suave y luego con intensidad, ella se dejó besar, primero por sorpresa y luego por placer, y entendió que esos años no habían pasado en vano, que ambos aprendieron a besar mucho mejor que cuando fueron adolescentes y que no podían perder la oportunidad, sin hablar una palabra, ambos abordaron el auto de Juan Miguel, dejando estacionado el vehículo de Mercedes en el restaurant y se fueron directo a su departamento, donde el y ella desquitaron las ganas de sexo, uno por falta de pareja y la otra por indiferencia de la misma y luego de eso, se vieron a los ojos, supieron que seguían siendo amigos pese a todo y que esa experiencia deberían repetirla...

sábado, 2 de enero de 2010

EL SUEÑO AMERICANO

Cuando Mariano Rosales decidió irse a Estados Unidos su mujer Agripina Gómez no dijo nada, nunca supo oponerse a nada en su vida, esta vez no sería la excepción, cierto que tenían dos hijas, de cinco y de cuatro años, pero no él sabía que ellas existían, que lo necesitaba, así que aunque su mente y corazón albergaban el temor de enfrentar la vida sola, Agripina tampoco los externó.
Al principio no fue tan difícil, las niñas decían extrañar a su papá y ella les explicaba que se había ido a Estados Unidos para mandarles dinero para su escuela y sus alimentos y el hecho de que cada mes recibía un envío de dinero, que le permitía cubrir sus necesidades más elementales, le daba cierta tranquilidad. Un año estuvieron así, las cartas de Mariano hablaban de que había bastante trabajo, que migración no los molestaba, estaba escondido donde era más facil esconderse, en una gran ciudad, moderna y con una gran cantidad de gentes de diferentes origentes, tenía un trabajo regular, asi que por un tiempo todo estab muy bien.
Después del primer año en Estados Unidos, las cartas de Mariano se fueron espaciando, al principio de una cada dos semanas, se empezó a hacer un mes, cuando ella le respondía preguntando que pasaba, él decía que tenía demasiado trabajo, que aparte del dinero que les enviaba tenía que pagar la casa que rentaba con otros compañeros, porque las rentas allá no eran baratas, que había que pagar las mensualidades del auto que compró, porque en esas ciudades tan grandes un auto era una necesidad, ella solo guardó silencio, pero empezó a notar que los envíos mensuales eran menores, al principio solo diez o veinte dólares menos, luego empezaron a espaciarse, un mes y quince días entre cada uno de ellos. Entonces su pretexto ante las niñas empezó a flaquear, pues no podía explicar la ausencia del padre si ahora el sustento era más flaco.
Para el tercer año, los envíos cesaron por completo, cesaron las cartas y cesaron las preguntas de las niñas, que empezaron a olvidar al padre, su madre estaba enferma, la casa humilde se había quedado a medio construir, pues el dinero ya no llegaba en definitiva, la madre que yacía en cama y el hambre hizo que las hijas de Mariano salieran en busca de alimento, al principio por la cuadra, luego por el resto de la ciudad.
Nadie se acordó de ellas, si mucho el abuelo paterno pedófilo, que ahora sabía que las niñas estaban desamparadas, con una madre que no podía cuidarlas, pero antes de que pudiera poner en práctica sus intenciones, la madre falleció, los vecinos decían que de hambre, otros que de tristeza, pero lo cierto es que se quedó preguntandose donde había ido el hombre que había amado en un día, sin conocer el porqué de su abandono.
Así pasaron un cuarto y un quinto año, de las niñas no se sabía nada, porque habían abandonado la casa, luego los vecinos supieron que habían vivido un infierno gótico de hambre, de miseria, de abandono, que la mayor se prostituyó para darle de comer a la pequeña, que las dos habían sufrido mal trato y que fueron finalmente recibidas en un albergue donde habían recibido refugio y alimento durante muco tiempo, así, pasó mucho tiempo, su padre seguía en Estados Unidos, a saber de todos. Las chicas, sin educación, sin un camino definido, un día dejaron el sitio donde habían vivido hasta entonces, una de ellas se fue a vivir con un sujeto que aunque tenía veinticuatro años, casi diez mas que ella, era el único camino que veía para seguir adelante, no quería volver a la calle jamás, la otra la siguió por inercia, le daba igual alla que acá. La última vez que supe de ellas, la mayor tenia tres hijas, con otras tantas parejas, seguían sin encontrar su camino en el mundo y la menor seguía en un estado casi catatónico, de insensibilidad de la vida, ambas con la voluntad apagada y solo esperando el día de su muerte.
¿Qué fue de Mariano y su sueño americano en ese tiempo?, después de casarse con otra mujer, pese a que estaba legalmente casado en México, ella no lo sabía y tampoco él iba a decirselo, por ese motivo dejó de enviar dinero a casa, no podía dejarle saber que tenía alla una familia, pero tampoco tenía quieto el aparato reproductor, era un hombre que jamás supo estar quieto, sus múltiples infidelidades dieron por resultado que esta segunda esposa lo abandonara, y ahí empezó un camino de mujeres, parrandas, que llenaron sus años, olvidado de todo lo que dejó atrás, su nivel de vida fue decayendo, porque sus compañeros no lo toleraban durante mucho tiempo, cuando se atrasaba con su parte de la renta y servicios, entonces vivía en un departamento pequeño, que no tenía nada en el interior, en un barrio cualquiera, solo con un colchón en el suelo y su ropa apilada de cualquier forma. Luego empezó a sentirse mal, pese a que sabía que por su condición de ilegal no debía llamar la atención y acercarse a un hospital público, tuvo que ir, se sentía muy mal, todo el cuerpo le dolía, era como un resfriado que no se iba y ahí fue que se le dió el veredicto final, la sentencia que condensaba el resultado de una vida dispendiosa, era portador de VIH. No tenía recursos para atenderse, ni quien lo cuidara en los momentos de crisis, así que solo le quedaba esperar la muerte, en el rincón donde vivía. Ahí terminó su sueño americano.