domingo, 25 de octubre de 2009

AVENTURA CASUAL



Siempre he sido un convencido que las mejores cosas de la vida pueden ser aquellas que no planeamos, son las agradables sorpresas que vienen a sacarnos de la rutina y a darnos luz en momentos, de otro modo, tediosos.
Aquella tarde, luego de salir de la oficina, entré al supermercado para comprar un garrafón de leche y una bolsa de comida para mi perro, iba camino a casa, me sentía algo cansado del día, afortunadamente no era “martes de frutas y verduras” que es cuando el supermercado se llena de señoras latosas y niños aún más latosos, así que proyecté llegar rápido por las cosas que necesitaba e irme. Cuando fui al departamento de lácteos, observé a una mujer, joven aún, que caminaba entre anaqueles, sin mucho ánimo, serena, tranquila, era blanca, tenía el cabello castaño y una figura, digamos, no sobresaliente, simplemente regular, usaba jeans y zapatos bajos, sencillos, una blusa blanca de tono liso, pero al pasar junto a ella, sentí un olor a perfume tenue, fresco, a tibieza, a cotidianeidad, que me hizo regresar, aparentando buscar algo, para seguir tras ella, embaucado por ese olor y por esas caderas que se movían con un movimiento suave, sin afectación, natural, como tratando de pasar desapercibidas. Después del departamento de carnes frías, ella empezó a notar que yo la seguía, pues cuando se detenía para tomar algo, yo hacía como que examinaba los productos y aunque estuviéramos en carnes frías, yo empecé a sentir calor. Sentí que en ella no había molestia, si mucho, sorpresa, como alguien que se siente observada después de mucho tiempo de pasar desapercibida. Para cuando estábamos en el área de los vegetales, yo ya estaba decidido a acercarme, entonces, para mi sorpresa, ella viró ciento ochenta grados su carrito y quedó justo frente a mí, yo no pude hacer más que sonreír, sorprendido en mi silenciosa cacería, levante mi mano y haciendo un gesto distraído dije: - ¡Hola! –

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Admito que en principio no supe que hacer, me sorprendí de sentir que me seguían, siempre corriendo, siempre de prisa, nunca advierto si alguien me ve, aunque se que no soy desagradable y que aún puedo atraer a algún caballero, hacía tiempo no me veía en un espejo, observándome tal cual, reconociéndome, apenas si tenía espacio para el marido, los hijos, la oficina, las tareas. Esa tarde salí al supermercado, porque sabía que en casa estaba a punto de estallar, recibí la enésima llamada “anónima” donde me advertían que mi marido estaba saliendo con una compañera del trabajo, una ingeniero de ahí de la maquiladora donde él era Gerente. ¡Pendejas!, cuando entenderían que yo no necesitaba anónimos porque tengo dos pinches dedos de frente, que hace meses que no me toca, que nuestra cama solo se usa para dormir, que no necesito llamadas para percibir un perfume extraño en las ropas que mando a la lavandería. Sin embargo, no me molestaba que Arturo lo hubiera hecho de nuevo, al fin ya estaba acostumbrada. Mi molestia era que esta vez las llamadas eran más insistentes, era que no entendían mis motivos y razones para no desbaratar un matrimonio donde dos niños no tenían la culpa de mis problemas.
Me fui al supermercado, no necesitaba nada, pero el ambiente de frío, de impersonalidad, de estar entre desconocidos, me permitía relajarme un poco, enfrentar la perspectiva de llegar a casa y ver a Arturo con su cara de inocencia, jugando con los niños y esa indiferencia a la hora de cenar, donde yo sabía perfectamente que su mente estaba en otro lado.
Entonces al darme cuenta que ese hombre tenía más de veinte minutos siguiéndome, me sentí halagada y de pronto, en mi mente germinó una idea, nunca me imaginé que podría hacerlo, pero sin pensar, viré el carrito y lo puse de frente a él, el cual solo abrió los ojos y torpemente sonrió para decirme “Hola”. Yo no lo vi tan mal, sería dos años menor que yo si mucho, una camisa medio arrugada y una corbata floja, pantalón de vestir. Entonces pregunté:
- ¿Nos conocemos de alguna parte? –
- No, pero podríamos empezar a conocernos. –
- ¿Sabe Usted que en esta ciudad es peligroso hablar con extraños y extrañas? –
- Lo sé, pero pretendo que dejes de serlo para mí. Apuesto a que detrás de esa carita de seriedad, hay una mujer alegre y divertida. Vamos, te invito un café.-
- ¿Porqué un café, si los dos nos estamos muriendo de ganas de ir a un hotel? –
Aún me divierte recordar esa mirada de sorpresa cuando hice semejante propuesta, nunca supe porqué lo hice, pero en verdad estaba desperdiciada en mi casa, así que salimos del supermercado, llamé a mi marido para decirle que iría con mi amiga Gloria por un café, yo salía cada mil años, así que él no dijo nada, ¿que podía pedir de su esposa perfecta?...

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Todo resultó mejor de lo que esperaba, encontré entre mis brazos la mujer mas exquisita, más deliciosa, mas apasionada y más mal cogida de toda la ciudad, la llevé hasta el hotel mas cercano, no porque no quisiera llevarla a mi casa, pero porque me urgía tomarla, hacerla mía, recorrer sus contornos con la punta de mis dedos, besar las partes que hacía tiempo no se besaban, sentir como su cuerpo tibio empezaba a arder, como sus manos me acariciaban, me apretaban, como se entregó sin reservas, sin mañanas, sin pasados.
Después, en las pausas de la pasión, me dijo que oscuros motivos la llevaron a hacer eso, la extraña revancha que la hizo cometer la locura y la feliz coincidencia de haber sido yo “el primero que se le puso enfrente”.
- Por mi, desquítate cuando quieras reina. –
- No digas tonterías, esto fue algo de una sola vez. –
- Eres una mujer completamente desperdiciada, yo puedo hacerte feliz. –
- La felicidad solo existe en los sueños, así que después de esto, no volveremos a vernos. Ha sido agradable pero hasta ahí. –


Volvimos al estacionamiento del supermercado, ella bajó de mi auto, besó la punta de sus dedos y los puso sobre mi boca. Nunca un beso de una extraña me supo más a nostalgia. Se negó a darme su nombre completo, solo se que se llamaba Carolina. En ocasiones voy al supermercado y fantaseo con la posibilidad de encontrarla ahí. A veces imagino que se divorció y me busca y recuerda como al mejor de sus amantes. Otras veces se que Carolina y las miles de Carolinas que caminan por los pasillos de los supermercados de esta Ciudad, están condenadas a secarse en un lecho matrimonial, donde jamás serán valoradas, por eso de cuando en cuando, persigo mujeres en un supermercado.


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